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jueves, 20 de septiembre de 2012

ADIVINANZAS









ADIVINANZAS

Hace muchos siglos, en los tiempos de la dinastía Sung, andaban por la ciudad de Hang-cheu los inventores de adivinanzas. Se sabe que todos vestían del mismo color, pero se discute cuál era ese color. Solían caminar por los jardines que estaban más allá de las murallas, o por la orilla de los canales, o por el barrio de los actores.

Todos conocían sus procedimientos: se jugaba por dinero. La honestidad de estos hombres era proverbial. Jamás se negaban a pagar cuando alguien daba con la solución de sus enigmas. De entre todos los artistas ambulantes, los inventores de adivinanzas eran los preferidos de las muchedumbres. Convocaban más curiosos que los acróbatas, los amaestradores de peces o los remontadores de barriletes.

Según se dice, las adivinanzas eran siempre distintas y jamás volvían a usarse una vez que alguien las resolvía. Los estudiosos pretenden reconocer distintas técnicas en la formulación de acertijos. La más usual consistía en la descripción concreta de una cosa que en lenguaje metafórico resultaba ser otra. El legendario Wang-li acuñó durante su vida alrededor de setenta mil adivinanzas obscenas cuya respuesta era siempre la misma.

La preferida del maestro Hsu-t'ang Chih-yu puede escribirse así:

Tiene patas, pero no es un pez. Tiene dientes, pero no es un gusano. Es insignificante, pero no es el emperador.

La respuesta, Li, el vendedor de limones, es imprevisible pero no inevitable.

Los emperadores solían favorecer a estos ingeniosos peregrinos instalándolos en la corte. Allí permanecían largos períodos, disfrutando del lujo y la molicie. Casi todas las mañanas el emperador se hacía formular una adivinanza. Hay que admitir que se trataba de una situación delicada, pues un enigma que el emperador no pudiera resolver trastornaba ciertamente las leyes de la naturaleza. Para evitar catástrofes, los inventores ideaban misterios sencillos o mejor aún daban por buena cualquier respuesta imperial. Durante siglos, fue señal de cautela en la China el contestar una indagatoria con la fórmula: "aquéllo que al emperador pluguiere".

El dato más curioso es el que se anota a continuación: cada vez que alguien adivinaba, los formuladores saltaban de gozo y daban muestras de la más sincera alegría. No les importaba perder una moneda, si a cambio recibían el halago de ser comprendidos. Esta alegría era mayor cuanto más difícil era la adivinanza.

Aristóteles decía, o se olvidó de decir, que la vida del entendimiento es la vida más dichosa a la que el hombre puede aspirar. Otros han dicho que los seres humanos disfrutan con el ejercicio de sus capacidades realizadas y que este disfrute es mayor cuantas más capacidades se realizan o cuanto mayor es su complejidad.

Wang-li, en el prólogo del Libro de las Adivinanzas Obscenas, escribió: "La adivinanza, el enigma, la prueba o el examen no se proponen dejar fuera al peregrino, sino hacer que entre mejor de lo que era. La puerta de la nobleza es difícil de abrir, pero se abre. Sólo las puertas de los tiranos son inexpugnables".

Con la llegada de los mongoles, la estrella de los inventores de adivinanzas se fue apagando. Ya en tiempos de decadencia, los últimos formuladores reducían al mínimo las dificultades: Brillo redondo soy de tus noches. Algunos enigmas ya venían resueltos ¿Qué es una cosa que brilla en el cielo y que se llama Luna?.

Según el maestro Yin-yüan Lung-ch'i, todo idioma es una colección de adivinanzas, ya que las palabras sustituyen a las cosas y los enigmas son sustituciones. Algunos hablan de la adivinanza de Tzu-fu. Los maestros del Zen creían que la recompensa por su adecuada resolución era nada menos que la comprensión cabal del sentido del universo. Su formulación usual era: Tres, dos, uno, dime adivinador cuál es el sentido del mundo.



Alejandro Dolina


sábado, 1 de septiembre de 2012

El juego






El amor era el juego.
No éramos nada,
pero éramos felices.
Las tardes compartidas
se llenaban de risas
y de confidencias.
Quisimos ponerle un nombre
a lo que éramos,
algo más que el título de amigos.
Y aquel juego inocente
se convirtió en la nada,
la nada que teníamos.
Y el amor fue un juego que perdimos.




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