UNA PEQUEÑA HISTORIA

Debo haber tenido unos siete años...

Después de una fuerte tormenta la encontramos toda mojada debajo de uno de los árboles, en el fondo de la casa, con un ala rota y seguramente varios magullones debajo de sus plumas.

Con mucho cuidado la colocamos en una caja de cartón y la llevamos a la galería.

Con ojos enormes de un brillante color amarillo nos miraba fijamente desde el fondo del nido improvisado.

 

- Mami, cuidémosla para que se cure- dije con lágrimas en los ojos.

- Dicen que las lechuzas traen mala suerte…-respondió. Y dudando todavía un poco, agregó- pero bueno,… ¡pobre animalito!.. Pero no vamos a poder quedárnosla, es un pajaro y tiene que vivir libre. Cuando sane, la dejaremos ir.

 

Mi madre vendó su ala y se encargó de cuidarla: como la lechuza no podía moverse sola, todos los días le daba pequeños trozos de carne cruda en la punta de una cuchara –no aceptaba tomarlos directamente de su mano-, y ponía cerca de su pico un recipiente con agua para que bebiera.

Poco a poco la lechuza fue mejorando. Cuando ya pudo pararse,  mi madre jugaba con ella: acercaba un palito a sus patitas y la lechuza se subía, entonces le cantaba una pequeña canción y la movía al compás. A mí me encantaba ...

Una mañana la encontramos parada sobre una de las puertas. Al vernos gritó muy fuerte y voló hasta otro sitio alto.

Había llegado el día: la llevamos en su caja al mismo lugar donde la habíamos encontrado y desde allí emprendió vuelo.

¿Si nos trajo mala suerte? Todo lo contrario: gracias a su llegada tuve la buena suerte de que mi madre me diera un hermoso ejemplo de amor a los animales.