FIN DE AÑO

Siempre me da cierto escozor ir a la casa de mi suegra. Vive en un pueblito ubicado a 40 km de la ciudad de Santa Fe, donde el verano es pegajoso y los mosquitos enormes parecen vampiros.
Muchas veces le dije a mi esposo que fuera él y llevara los chicos, que después de todo era su mamá, pero pone esa cara de cordero degollado y, como tengo el sí flojo, al final siempre terminamos yendo todos...Además la ocasión era especial.

En realidad me gusta viajar,...ir por la ruta observando todo, me encanta.

Esta vez llovía. Al pasar por cada pueblo imaginaba cómo sería caminar por sus calles o cuáles serían las diversiones favoritas de sus habitantes. En los campos, los girasoles estaban deprimidos porque no brillaba el sol...

Los chicos durmieron todo el viaje, y por lo tanto no pelearon, menos mal.
Cuando llegamos estaba mi suegra esperándonos con el almuerzo. No sé por qué, pero esta vez la noté diferente, más callada, más cariñosa, más humilde; supongo que el estar sola -mi suegro falleció hace unos meses- tuvo que ver en este cambio.
La noche del 31 vinieron a la casa los hermanos de mi esposo con sus respectivas familias, todos querían conocer a Emma...y ella les regalaba sus sonrisas.
Justo a medianoche, y mientras brindábamos, vinieron a mi mente todas aquellas personas que conozco hace mucho tiempo, las que conocí recientemente, las que todavía están a mi lado y las que ya no, y todas aquellas que definitivamente ya no pueden  volver a estar; y mientras mis hijos encendían unos de esos globos de papel que vuelan empujados por el calor de la llama y el viento,  imaginaba que todo mi amor iba a esconderse en su interior e iba a derramarse sobre todos aquellos que de alguna manera llegaron a mi corazón, sea donde sea que estuviesen....
Realmente la pasamos muy bien.
Al día siguiente nos volvimos a Córdoba. Durante el regreso, callada, pensé en mi suegra: de alguna manera al percibirla distinta, yo también cambié...

Ella es Emma: