Lola

Todos los vecinos sabían lo que ocurría cada noche en ese pequeño departamento, pero a ninguno le importaba. 

Lola era bonita y elegía sus clientes. En general iban bien vestidos y algunos, casi no hablaban español. 

Aquella noche hacía un calor sofocante, pero eso no importaba. Todo lo contrario. El calor húmedo hacía que cada vez fuesen más los que solicitaban sus servicios. Ninguno de los visitantes se quejó de que el aire de la habitación estuviese viciado por los olores corporales de quienes habían estado antes allí, ni que el viejo sillón, donde ella les decía que dejaran su ropa, estuviese manchado. 

Ella hacía muy bien su trabajo. Siempre exageraba sus gritos, sobre todo cuando se trataba de un extranjero. Eso hacía que muchas veces le pagaran el doble.

Se avecinaba una tormenta. Rápidamente, Lola y el último cliente que atendería esa noche, entraron al departamento. Apenas habían pasado unos minutos, cuando afuera, el viento comenzó a soplar muy fuerte. La anciana que vivía en el piso de arriba sabía que Lola siempre gemía y gritaba mientras hacía su trabajo, y ya estaba acostumbrada a oírla. Pero cuando el viento se detuvo, le extrañó escuchar a un hombre vociferando en un idioma desconocido y a Lola suplicar y llorar desconsoladamente. Un rayo cruzó el cielo iluminándolo todo. El rugido del trueno hizo temblar puertas y ventanas y ocultó el sonido de un golpe seco, seguido de un último grito desgarrador.

Todos los vecinos sabían lo que ocurría en ese pequeño departamento, pero a ninguno le importaba. 

Pero cuando la hallaron muerta, todos se llegaron hasta allí para ver los moretones en su cuerpo desnudo y el rostro desfigurado por los golpes.